martes, 9 de noviembre de 2010

Un día de lluvia

Recuerdo que… si, aún lo recuerdo, tenía tan solo 5 años de edad cuando me levanté entre aquellos fríos días de agosto y con las cobijas aún entre mis piernas, miré hacia afuera como la torrencial lluvia amenazaba mi caluroso sueño, pero ahí estaba, mi madre aún estaba en frente mío prácticamente rogándome para que me levante, pues ya era hora de ir al colegio y la buseta estaría por llegar en muy poco tiempo; me dijo que me bañara en contados segundos mientras ella me preparaba algo de comer, a lo que yo asentí con mi cabeza pero a la vez pensaba en lo que me costaría levantarme de ese “lugar fantasioso”, aunque sabía que desde lo más profundo de mi ser, había algo que me obligaba a hacerlo, y a hacerlo velozmente, no sé que era, de pronto un quiz importante o llegaría el tan anhelado día en que algún visitante o conferencista interrumpiera nuestras aburridas clases para darnos una charla sobre “temas de nuestro interés”.
¡Pero en que estaba pensando!, si aun estaba a comienzos de transición, ¿a qué conferencista con sus cinco sentidos intactos se le ocurre ir a dar una charla a niños entre 4 y 5 años? y si dicho conferencista existiese, ¿de qué nos hablaría? ¿De cómo jugar al “tope” de una mejor manera? No lo creo. Sin embargo, mientras pensaba en todo esto, mi madre enfurecía a medida que el tiempo avanzaba sin piedad de nadie ni nada.
Si, en verdad tenía razón, estaba a tan solo 15 minutos de que mi buseta llegue, y lo que más me dolía era que tenía que ir a esperarla, o más bien a alcanzarla, hasta la puerta de mi conjunto, el cual con 16 casas de por medio y en comparación con mis piernas aún en desarrollo, era un largo recorrido. Pero a pesar de ello, me levanté, caminé hacia el baño, me duché con gran velocidad, y me vestí; todo en 8 ó 10 minutos, record que nunca antes había alcanzado. Mi madre, asombrada del poco tiempo que gasté en hacerlo, me felicitó, y con un beso en la mitad de mi frente me dijo que el desayuno estaba servido hace mucho tiempo y que debía ir rápido a comer, pues volvería a enfadarse si le decía que estaba muy frío para mi consentido paladar.
Tal vez, fue el desayuno mas delicioso que jamás hubiera probado, y aunque era el mismo que comía un día común y corriente, su sabor era más exquisito de lo normal a pesar de no saber que ese día, mi vida cambiaria por completo. De pronto esa era la razón de su incomparable sabor y estaría por descubrirlo.
Al acabar de desayunar, mi madre bajó corriendo las escaleras con mi “gigante” lonchera entre sus manos y puso en ella un poco de mecato, no recuerdo que era pero seguramente se componía de algún paquete de los que me encantaban y un juguito “Hit”, algunos dulces o bomombunes y un pastelito preparado por ella misma. En esas, suena el sitofono avisándonos que la buseta estaría por irse de no ir rápidamente, por lo cual, con una mirada compartida, salimos despavoridos hacia  la portería; al llegar, mi madre paró, me abrazó y me dijo: “Que le vaya bien, Dios lo bendiga” y con una sonrisa subí a saludar a mis compañeritos que ya estaban en la buseta.
El recorrido era bastante largo, pues era de los primeros en ser recogidos, por lo que me ubiqué en el último puesto, “el de la ventana”, para no aburrirme mientras llegaba a clase; miré a través del vidrio y seguía lloviendo descontroladamente, (suelo distraerme cuando las gotas de lluvia caen sobre la ventana, e intento seguir su recorrido hasta que finalizan su vida en el filo de ella).
De ese día hay muchas cosas que ya no debo acordarme, pero muchas otras si, y recuerdo que comentaba con “Manuelito” (el amable chofer de la buseta) que hacía muchísimo frio, como si el clima estuviese en mi contra y me avisara que algo muy malo ocurriría, cuando en realidad era uno de los días más felices de mi vida. Llegaban uno a uno mis compañeros y nos saludábamos desde lejos, sin siquiera un apretón de manos o un beso en la mejilla (éramos aun muy niños para hacerlo sin que alguien nos lo obligue), cantamos, reímos y hasta uno de ellos lloraba porque dejaba a su mamá; los demás estábamos acostumbrados a ello, pues era escena de todos los días.
Al llegar al colegio, la profesora Nancy me pidió que no entrara a clase, y que la acompañara a la dirección, aquella “guarida de la temible directora Cristina”, obviamente no era así, a mi edad actual me doy cuenta que simplemente era una persona exigente. Al entrar, me saludó mas efusivamente de lo normal, y eso me desconcertó mucho, me dijo que se había tomado una decisión en el concejo académico y que tenía los suficientes conocimientos para pasar directamente al grado primero sin cursar transición; evidentemente era mucha e importante información para procesarla en mi mente, por lo que quedé perplejo durante varios segundos sin pronunciar una sola palabra.
Cristina sonrió al verme tan asombrado y me pidió que contestase un examen para corroborar aquella decisión; con mucho miedo lo miré y empezó a fluir en mi cabeza todo lo que sabía, contesté acertadamente todas las preguntas, pues realmente no era muy difícil, aunque para muchos de mis compañeros de curso si lo hubiera sido.
Al revisarlo, cristina me dijo: “¡Dicho y hecho! Ahora estas en grado primero”, cogió de mi mano y me acompañó hasta el curso de primero A, realmente confieso que no lo asimilaba hasta ese momento, es más, podría asegurar que no solo hasta ese momento, sino también muchas semanas después.
Llegamos al curso, y las miradas a través de la puerta del mismo apuntaban directamente a mis ojos, pues creo haber sido el único en no saberlo, todos mis nuevos compañeros ya estaban incluso preparados para lo que me dirían y lo que harían cuando esté junto a ellos.
Me saludaron al unisonó y la profesora me presentó con mis datos más importantes: mis nombres y apellidos, mi edad, mis gustos y el porqué de mi extraña visita. (Hasta ahora no sé porque sabía tanto de mí, si era la primera vez que me veía) pero eso no era lo importante, de todas maneras ya estaba adentro y ahora debía acostumbrarme a nuevas amistades mientras era acosado por la extraña mirada de todos, ¡hasta de la profesora!
La clase continuó normalmente y en ese momento empece a sentirme uno mas de ellos, de verdad que me siento muy orgulloso de eso.
Ahora no se realmente a quien agradecerle, ¿al destino?, ¿a mi esfuerzo en el estudio? ¿a aquella frase de mi madre: “Dios lo bendiga”?...no lo sé, lo único que sé es que desde ese día mi vida cambió completamente, pues conocí a la mejor generación de todo mi colegio, conocí a mis más cercanos amigos, a quienes tal vez nunca hubiera conocido si no hubiese asistido a clase aquel día, ¡aquel día de lluvia!
FIN

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